Muchos problemas familiares tienen su origen, precisamente, en lo que hablamos. Hacerlo de manera impulsiva, o seguido de un momento de enojo, deriva en proferir sentencias que causan heridas emocionales a terceros, especialmente grave, cuando se trata de familiares.
A las primeras de cambio, inicio con un pensamiento del legajo universal del conocimento que dice:
Pienso, luego existo.
René Descartes
A las diferentes maneras de interpretar ese pensamiento, dado que es muy prolífica la cantidad posible de derivaciones interpretativas, la que apunta hacia las palabras que usamos hacia (o contra) los demás, es quizás una de las más importantes en materia de interrelaciones personales (desde mi punto de vista, y que explico en esta publicación).
Lo anterior lo digo, porque respecto al veneno de unas palabras mal dichas, mi abuela solía decir "es como el agua derramada, luego no la puedes recoger" es decir, ya el mal está hecho, y luego no puedes remediarlo, porque la herida queda, en forma de rencor o resentimiento.
Como la mayoría de las publicaciones que redacto para este blog, me fundamento en el lamentable suceso que ocurrió hace algunos meses en una familia que conozco, donde la hija en un arrebato de ira empezó a lanzar palabras hirientes contra su hermano, y la madre de ambos, que estaba de visita en esa casa, al intentar defender la credibilidad de su hijo, resultó también víctima de palabras hirientes, e incluso, la hija la botó de su casa (¡increíble e imperdonable!).
Actualmente, esa hija está arrepentida y no encuentra la fórmula para remediar el daño, pero, ¡nada puede borrar de los sentimientos de la madre el mal trato verbal que inmerecidamente recibió!, y es allí donde le doy toda la razón a Descartes, porque "Piensa, luego habla" hubiera evitado ese desenlace familiar de distanciamiento.
Definitivamente, la capacidad del humano para hablar, es la característica que lo pone en la cima de las especies del planeta, porque bien usada, permite que fluya una asertiva comunicación, de la cual se derivan los apoyos mútuos, acuerdos, amistades sólidas, matrimonios felices, ... y la lista es más larga aún.
Tal es la importancia que en la actualidad se le atribuye a la Comunicación, que la psicología la estudia desde las vertientes de la comunicación verbal y la no verbal, poniendo el énfasis en esos estudios, en la importancia hacia nuestro interlocutor sobre lo que les transmitimos; y eso redunda en una interrelación más persuasiva y más efectiva.
¿Cuántas veces hemos visto casos de hijos con autoestima baja porque sus padres no fueron cuidadosos respecto a la forma de calificar las acciones y resultados de ese hijo en sus actividades o estudios? que si bien esas palabras no tenían la intención de dañar al hijo, no evita el peligro de afectarlo emocionalmente. Situaciones semejantes se suscitan en riñas entre cónyuges, que resultado de unas palabras que salieron de un momento de enfado, han puesto la semilla para un posterior divorcio.
Creo que Mafalda resume todo lo que podría agregar respecto a mi inquietud expuesta en el título: no es solo pensar antes de hablar, de lo que se trata es de filtrar lo que vamos a hablar, es decir, no hablar todo lo que pensamos, porque no somos dueños de la verdad absoluta, y lo que pensamos no refleja la absoluta realidad de las cosas, lo que pensamos es un dibujo de lo que somos y de cómo creemos que son las cosas, que no necesariamente coincide con lo que piensa la otra persona a quien nos referimos.
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